2008

SOBRE LA VERSIÓN CASTELLANA (FRAGMENTOS)
José Luis Etcheverry





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Se reproducen a continuación unos pequeños fragmentos del principio («Introducción» y «I: Horizontes del texto freudiano») y el final («Apéndice») del volumen Sobre la versión castellana que acompañó las Obras completas de Sigmund Freud, publicadas por la editorial Amorrortu (1981) bajo la dirección de José Luis Etcheverry.



Introducción


El enunciado abstracto que resume nuestra experiencia con los textos es que una traducción —o nueva traducción, como es nuestro caso— de Freud tiene que ser literal. Así formulado, parece una frase vacía. ¿Cómo se podría verter la letra de una lengua a la de otra, el texto significativo dentro de un horizonte cultural a otro horizonte? La polémica viene de lejos, pero no entraremos en ella; el presente trabajo tiene el exclusivo propósito de exponer el tipo de literalidad empleado y que llamaríamos «literalidad problemática». Queremos traer a la luz los horizontes desde los cuales hemos traducido la obra de Freud.

Dijimos «nueva traducción». Como se sabe, la iniciativa de la versión realizada por Luis López-Ballesteros a partir de 1922 nació de José Ortega y Gasset. Espíritu alerta, perseguía un ideal de cultura para España: sembrar en ella el pensamiento científico y filosófico de los países que se le habían adelantado en la historia contemporánea. Ortega poseía un excelente conocimiento de la tradición alemana. A través de la Revista de Occidente, de la que fue inspirador, la acercó a los lectores de lengua castellana y, en ese empeño, contribuyó a renovar nuestro vocabulario filosófico y científico. He ahí una tradición dentro de la cual nos situamos.

Ahora bien, volver a traducir un texto supone disconformidad con la traducción primera. En efecto, entre los estudiosos de la obra de Freud hay general acuerdo en que la versión de López-Ballesteros resulta insuficiente. Es un trabajo bueno, muy ágil, hecho con gran conocimiento de la lengua alemana. Cierta vez, aplicándose su fórmula «Yo soy yo y mi circunstancia», Ortega dijo que la suya era la de España, y lo obligaba a exponer las ideas de una manera atractiva, vestidas en un estilo hecho de gracia y sensibilidad. Acaso resida ahí el secreto de la versión de López-Ballesteros: le sobra gracia, pero le falta rigor. Y esto último es lo que hoy exige el auge de los estudios psicológicos en los países de lengua castellana. Si bien esta necesidad de emprender una nueva traducción parece demostrar que el criterio de Ortega fracasó, cabe reflexionar, no obstante, que lo contrario es cierto: la versión de López-Ballesteros ha promovido una notabilísima familiarización con el pensamiento freudiano en nuestros países, y justamente desde ahí, desde ese conocimiento generalizado, surgió la inquietud de una traducción rigurosa.Aquella versión, pues, es de lectura demasiado fácil, omite dificultades conceptuales, no es sistemática. Desde luego, evitar estos defectos nos resulta hoy mucho más sencillo, cuando disponemos de la adecuada perspectiva sobre el conjunto de la obra freudiana. Por otra parte, el largo proceso de recepción de esta última —las polémicas y sucesivas aproximaciones que motivó— ha sedimentado en una serie de trabajos que constituyen una ayuda inestimable. Entre ellos, mencionemos destacadamente el Vocabulaire de la psychanalyse, de Jean Laplanche y J.-B. Pontalis.

En lo que sigue estableceremos muy pocas comparaciones con la versión de López-Ballesteros; hemos preferido abogar por las bondades de nuestro trabajo, si es que las tiene, que no señalar defectos sobre los cuales hay general conciencia, según lo ya consignado.

De lo dicho se desprende el criterio más general, obligatorio para nosotros: partir del relevamiento previo de temas y problemas que nos ofrece la bibliografía crítica sobre psicoanálisis, y abordar el texto desde ahí. Pero sin servilismos. Nuestra versión, como se señala en la «Advertencia sobre la edición en castellano» de cada volumen, sigue la organización introducida en los escritos de Freud por James Strachey, e incorpora los comentarios y notas a pie de página de este último. Pues bien: Strachey, en el «General Preface» que escribió para su versión al inglés, contenido en el volumen 1 de la Standard Edition, señala que su consigna ha sido «Freud, y nada más que Freud». Que nosotros abordamos los textos sin servilismos hacia la crítica preexistente implica una leve modificación de esa consigna. Diríamos: «El texto de Freud, y sólo el texto de Freud». Se verá que esa diferencia de matiz ha determinado la adopción de criterios distintos de los de Strachey. Nuestro trabajo se cotejó, obra por obra, con la Standard Edition, de manera que las divergencias existentes son deliberadas (salvo los naturales errores). Es importante consignarlo, pues la mencionada insuficiencia de la versión de López-Ballesteros llevó a que muchos especialistas utilizaran en nuestros países la traducción inglesa.

Abordamos los textos, pues, para practicar en ellos una suerte de encuesta terminológica, en un trabajo de búsqueda destinado a registrar constantes y afinidades significativas. Es aquí donde se sitúa nuestra deuda con la versión castellana de Ludovico Rosenthal. Como se sabe, este estudioso argentino tradujo obras de Freud aparecidas después de la edición española. En el prólogo al primero de los volúmenes por él vertidos para la editorial Santiago Rueda (SR, 18), explica que se ha guiado por un afán de rigor, y que si bien Freud se expresa en el alemán usual, los términos que usa han ido adquiriendo un sentido estricto que impone la necesidad de verterlos al castellano mediante tecnicismos. Este criterio lo llevó a destacar aspectos conceptuales que en la versión anterior se encontraban diluidos. Justamente debe atribuírsele, en buena medida, haber sembrado aquella inquietud por el rigor de que hablábamos al comienzo, hoy ya ampliamente difundida. Una vasta bibliografía especializada sigue esa misma línea. Nuestro trabajo parte de ahí, con una diferencia que atañe menos a los criterios que a un problema de época. El conocimiento de la obra de Freud se ha generalizado de tal manera en el mundo de habla hispana que se nos plantea una nueva tarea: no sólo ser rigurosos en los conceptos capitales del psicoanálisis, sino conceder una atención igualmente estricta al entronque de la obra freudiana con la problemática antropológica y filosófica del pensamiento alemán. Es una dimensión presente en las obras de Freud, como se verá, y confiamos en que exponiéndola fielmente contribuiremos a situar mejor su aporte a una concepción del ser humano —de eso se trata, en definitiva, en la recepción popular de la obra—; al mismo tiempo, ello no podrá menos que enriquecer la comprensión de los aspectos técnicos, específicamente psicoanalíticos.

En ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, Freud explica que la ausencia de términos eruditos en psicoanálisis se debe a la necesidad en que se encuentra el analista de exponer sus doctrinas a pacientes que no siempre poseen formación científica. Esto supone una dificultad adicional para nosotros: ¿cómo determinar si uno de esos vocablos no eruditos está usado en cierto texto en su acepción más técnica o indiferentemente? No son pocos los casos en que resulta difícil decidirlo. El único modo de salvar esta dificultad es ofrecer una versión sistemática y empeñarse en verter las expresiones alemanas por otras castellanas situadas en un nivel de significación análogo. Ello ofrece la ventaja de que el lector puede asistir a la génesis de aquellas categorías técnicas. Lo que acabamos de apuntar determina otra leve diferencia entre nuestro método de trabajo y el de Rosenthal. Tomemos un ejemplo: este traductor ha conferido su debido valor al sustantivo Verleugnung y al verbo verleugnen, vertiéndolos por «renegación» y «renegar», respectivamente. Por nuestra parte, optamos por «desmentida» y «desmentir», que nos parecen más ajustados al sentido de este concepto; pero aun prescindiendo de los argumentos con que en el presente trabajo sustentaremos esta opinión, no podríamos usar «renegar» y «renegación» en todos los casos —muy numerosos— en que su empleo no es específicamente técnico, pues las frases resultarían incomprensibles. Creemos que nuestras opciones de vocabulario son igualmente estrictas, pero gracias a ellas es el juego mismo de los textos el que va estableciendo su sentido y su específica figura de coherencia. Esto facilita una comprensión del pensamiento de Freud desde su inquietud creadora, desde su dialéctica interna de autoplasmación. Así se refleja la alternancia entre fijeza y fluidez de los conceptos, movimiento acaso justificable en los términos del análisis mismo. Parece que la asimilación de un pensamiento ajeno se cumplirá mejor en el empeño por abrirse paso hasta sus íntimos resortes de creación. Apresarlo en su dimensión más secreta brindará el necesario asidero a una labor de recreación, de continuación o de crítica.



I. Horizontes del texto freudiano



Algunas constantes en la expresión literal

Es probable que la polémica entre los partidarios de la traducción «literal» y los de la versión «libre» carezca de sentido. No hay, quizás, una respuesta universal. Dependerá de autores y disciplinas; también, de las exigencias y tradiciones de la cultura recipiente.

En esta sección abordaremos una característica muy curiosa de la escritura de Freud. Hay en toda ella, desde los primeros trabajos hasta los últimos, una coherencia que, ante todo, es de nivel verbal. Podrían perseguirse los destinos de cada vocablo. Disponemos hoy de un punto de mira privilegiado para dio, tras la publicación de las cartas de Freud a Fliess, y del «Entwurf einer Psychologie» («Proyecto de psicología»), en el volumen Aus den Antangen der Psychoanalyse (Los orígenes del psicoanálisis), al cuidado de Ernst Kris. Basta recorrer las notas de pie de página de este volumen para convencerse de que en esos textos iniciales hay un sinnúmero de anticipaciones del Freud posterior, principalmente de la llamada «segunda tópica», la articulación estructural de la psique expuesta en El yo y el ello. Es como si los términos —ellos mismos— llevaran adherida una sustancia significativa cuyo perfil conceptual se afinara a medida que Freud avanza en su proceso de experiencia e intelección.

Ilustremos lo dicho. En el capítulo VII de La interpretación de los sueños se lee: «El proceso onírico emprende entonces el camino de la regresión, {...} obedece a la atracción que sobre él ejercen grupos mnémicos que en parte existen sólo como investiduras {Besetzung} visuales, no como traducción {übersetzung} a los signos {Zeichen} de los sistemas que vienen después» (GW, 2-3, pág. 579). Y a lo largo de todo el capítulo está presente la idea de unas «traducciones» de un sistema a otro, caracterizados estos últimos por signos diversos. Pensamiento básico que aflora aquí y allí en expresiones como «Redaktion» del sueño, etc. Y bien: en carta a Fliess del 6 de diciembre de 1896, Freud le expone una concepción del mecanismo psíquico, según la cual este se compone de una estratificación sucesiva. De tiempo en tiempo, el material preexistente de huellas mnémicas experimenta un reordenamiento {Umordnung} según nuevas relaciones, una retrascripción {Untschrift}. Cada estratificación posee una clase diversa de signos. Las sucesivas trascripciones corresponden a épocas de la vida: en la frontera entre dos períodos debe producirse la traducción del material, y la psiconeurosis sobreviene cuando aquella no se consuma. Entonces, la identidad verbal entre el texto de la carta a Fliess y ciertos pasajes del libro sobre los sueños (donde la noción no se explicita) nos alerta para prestar atención a vocablos como «traducción», «signo», etc.

Otro ejemplo, del mismo capítulo VII. Freud explica, acerca del desplazamiento de las intensidades psíquicas que se produce a raíz del trabajo del sueño, que «es como después de una gran revolución {...}. Las familias antes nobles y poderosas son ahora desterradas, y todos los altos cargos se ocupan con recién llegados; en la ciudad únicamente se tolera a miembros por entero empobrecidos y carentes de poder, o a dependientes de los destronados que se han distanciado {entfernen} de estos» (GW, 2-3, pág. 520). López-Ballesteros traduce libremente: «Las familias nobles y poderosas {...} quedaban desterradas, y todos los puestos eran ocupados por advenedizos, no tolerándose que permaneciera en la ciudad ningún partidario de los caídos, salvo aquellos que por su falta de poder no suponían peligro alguno para los vencedores...» (BN, 2, pág. 660). ¿Por qué tradujimos «dependientes de los destronados que se han distanciado de estos»? Porque esta metáfora, en todos sus puntos, anticipa las ideas teóricas que Freud expondrá unos quince años más tarde en «La represión». Lo hace, desde luego, en la intención significativa, pero sobre todo verbalmente. El destierro y la suplantación de las familias nobles figuran el proceso de la represión. De lo reprimido (las familias desalojadas) sólo se admiten elementos que: a) no sean poderosos ni ricos, vale decir, su investidura sea baja, y b) estén suficientemente distanciados de lo reprimido. Distanciamiento es Entfernung, la misma palabra que usa en «La represión» para describir idéntico proceso. La analogía indicada se encuentra implícita en el original, y así la dejamos en nuestra versión. Será una segunda lectura la que permita revelar esa constante entre ambos textos. La traducción de López-Ballesteros no permite su estudio trasversal. Es un caso en que la coherencia del original nos facilita una versión justa.

Otra vez, y siempre del mismo capítulo: «La actividad del segundo sistema, que procede por múltiples ensayos, que envía {aussenden} investiduras y vuelve a recogerlas {einziehen}, por una parte necesita disponer libremente de todo el material mnémico...» (GW, 2-3, pág. 605). «Enviar» y «recoger» investiduras, en idéntica expresión literal, es el símil de la ameba y los seudópodos que Freud desarrolla en «Introducción del narcisismo». Y hallamos esos verbos aun antes, en Los orígenes del psicoanálisis.

Baste con esos ejemplos. Obtenemos la impresión de que Freud se guía por ciertas intuiciones básicas que hallan expresión desde el comienzo de su labor conceptual; de ellas, algunas se consuman, alcanzan desarrollo riguroso más tarde; con otras no sucede lo mismo, son cabos de pensamiento no retomados.

Mencionemos, de pasada, transiciones de otro tipo. Muchas veces nos habla de «ganancia» {Gewinn} de placer; si después leemos «ganancia de la enfermedad», entendemos que el neurótico la obtiene dentro del juego como automático del principio de placer. Preferimos, pues, traducir siempre «ganancia» de la enfermedad.

Siguiendo el mismo criterio, siempre que es posible vertemos versagen por «denegar», y en los casos en que Versagung debe traducirse por «frustración» solemos añadir entre llaves «denegación», para que pueda efectuarse el pasaje conceptual.


¿Una ironía freudiana?

Las constantes abordadas en la sección anterior son expresiones que desde el comienzo mismo sugerían sentidos no siempre explicitados. Ahora consideraremos otra característica de la prosa de Freud anticipando algo sobre lo cual volveremos en nuestro capítulo final.

En la Standard Edition (19, pág. 173) hay una nota de Strachey a raíz del título «El sepultamiento del complejo de Edipo», escrito de 1924. Sándor Ferenczi, en carta a Freud, le hizo notar que el título parecía excesivo, y le preguntó si no lo puso influido por la polémica con Otto Rank acerca del «trauma del nacimiento». La respuesta fue que acaso sí, pero que esa influencia no alcanzaba al texto mismo del trabajo. Strachey señala que, no obstante, en El yo y el ello la expresión «sepultamiento» (Untergang; dissolution, traduce Strachey ) aparecía ya dos veces. Agreguemos que en Más allá del principio de placer, algo anterior (1920), hallamos una referencia al «sepultamiento» del florecimiento temprano de la vida sexual infantil. Y en el mismo contexto aparece ahí la expresión zugrunde gehen, irse a pique, perecer, irse al fundamento. Ambas suelen presentarse apareadas en los textos de Freud. Resulta difícil discernir la intuición básica a que responde el empleo de esos vocablos, de connotación insegura. En nuestro capítulo final veremos que quizá nos ayude una remisión al con-texto del pensamiento clásico alemán.

En la anécdota mencionada por Strachey, Freud parece ejercitar cierta ironía. En este sentido: de sus propios escritos se infiere que es para él una verdad profundamente vivida la polisemia, la multivocidad (Vieldeutigkeit) de las palabras, que tiene por correspondiente la «sobredeterminación» (überdeterminierung) de los procesos psíquicos (su causación múltiple). La ironía parece consistir en la admisión de una de estas líneas de determinismo (la polémica con Rank, en nuestro caso), bajo reserva mental de otras. Y en efecto, con sorpresa hallamos que en Los orígenes del psicoanálisis (AdA, pág. 247) Freud se pregunta por lo que resulta de la represión normal; y responde: angustia libre, desestimación psíquicamente ligada, vale decir, la base afectiva para una multitud de procesos intelectuales del desarrollo, como la moral, la vergüenza, etc. Pues bien, todo ello se engendra a costa de una «sexualidad sepultada (virtual)». De faltar ese sepultamiento —prosigue—, puede producirse la insania moral. Anteriormente había mencionado el zugrunde gehen, el irse a pique o al fundamento de las zonas sexuales iniciales. «Sepultamiento» connota, pues, una virtualidad de una etapa pasada. La expresión cuestionada por Ferenczi es recurrente en la pluma de Freud (a pesar de la parcial disculpa de este), y siempre está referida a un mismo orden de problemas.

De estas consideraciones surge, para nosotros, el compromiso de traducir los vocablos alemanes de manera uniforme (en otros casos, cuando la fluidez del discurso no lo permite, señalamos la expresión del original entre llaves). Ahora podemos aclarar la ya mencionada diferencia de consignas entre nuestro trabajo y el de la Standard Edition: tenemos enfrente al texto mismo, y no obedecemos sin reflexionar a la crítica especializada con respecto a la recepción y comprensión de la obra de Freud; tampoco a las declaraciones del propio autor, pues puede operar ahí la ironía en un trabajo de zapa sobre el sentido.


Un ejemplo de «convocación»

En La interpretación de los sueños, Freud aborda el tema de los sueños típicos de desnudez (GW, 2-3, págs. 247 y sigs.). Son aquellos en que nos vemos desnudos, sentimos vergüenza y quedamos paralizados, no podemos movernos del sitio.

«Las personas ante las cuales nos avergonzamos son casi siempre extraños cuyos rostros quedan indeterminados. A nadie le sucede en el sueño típico que lo reprendan por ese modo de ir vestido que lo turba, ni aunque se lo hagan notar. Todo lo contrario, las personas muestran completa indiferencia o, como pude percibirlo en un sueño particularmente claro, ponen en su gesto un ceremonioso envaramiento. Esto es sugerente.

»La turbación por vergüenza del que sueña y la indiferencia de la gente se combinan para formar una contradicción, como es harto común en el sueño. Lo único adecuado a la sensación del soñante sería que los extraños lo mirasen con asombro y se le riesen, o le mostrasen indignación. Ahora bien, opino que este rasgo chocante ha sido eliminado por el cumplimiento de deseo, mientras que el otro, mantenido por algún poder, permanece, y así los dos fragmentos armonizan mal entre sí» (GW, 2-3, pág. 248 ).

Hemos destacado «contradicción» (Widerspruch). Por vía de convocación, sugiere la lucha entre dos fuerzas encontradas, y no como choque puntual, sino como una batalla que se continúa. El libro sobre los sueños presenta una redacción muy particular; debe ser objeto de una muy atenta lectura, al acecho de sobrentendidos, pues no es texto muy elaborado en las transiciones de un tema a otro, pero subterráneamente está recorrido por un tenso hilo intencional. Tomemos, pues, la noción de contradicción. El soñante se pasea desnudo; lo único adecuado sería que los extraños reaccionasen de algún modo; no lo hacen: ese rasgo ha sido eliminado por el cumplimiento (Erfüllung) de deseo. Entiéndase: no porque se desee que los extraños se muestren indiferentes, sino porque el deseo es una de las fuerzas enfrentadas que en la lucha por imponerse arranca a la otra esa victoria parcial. Esta convocación de una fuerza se nos confirma enseguida: «el otro rasgo» (la turbación del soñante) es mantenido por algún poder (Macht). He ahí la segunda fuerza en lucha. En la versión de Strachey hallamos unos leves deslizamientos: no traduce «lo único adecuado», que remarca la contradicción, y pluraliza «los otros rasgos», cuando el texto está en singular, un singular que evoca a la otra fuerza. En estos textos larvados, donde el sentido labora por así decir soterrado, acaso en comunicación directa con el lector (Freud le pide que haga una «trasferencia» sobre él), es preciso extremar el cuidado.

Consideremos la posición del sueño típico de desnudez dentro de la estrategia expositiva de Freud: antes, el sueño del conde Thun había establecido la existencia de una ambivalencia afectiva frente al padre. Después, el sueño de la escalera —soñado, como el anterior, por Freud— permitió redescubrir una prehistoria, una relación afectiva con la nodriza de la infancia: el deseo incestuoso. Y desde los sueños de desnudez, pasando por los sueños de muerte de personas queridas, llegamos a la exposición del «complejo de Edipo», cuyos elementos se habían ido desplegando.

La palabra «contradicción», ahí puesta, no es inocente. El sueño provoca un sentimiento penoso, que es un triunfo del segundo poder. La situación figurada en el sueño tiene un análogo infantil: de niños nos exhibíamos sin ropas ante la indiferencia de los circunstantes. Esta indiferencia, recordémoslo, era fruto de la primera instancia, el cumplimiento de deseo. Pero lo es también de la segunda; en efecto, el deseo primero era un deseo incestuoso; la segunda instancia trata de minar su poder: lo «desestima» (verwerfen) diciendo que no, que es sólo un deseo de exhibición, como cuando éramos niños. El deseo primero no ceja, quiere la exhibición ante la persona más familiar, pero la censura convierte a esta en muchas personas extrañas. No obstante, como el contenido mismo, el estar desnudo, alcanzó representación (Vorstellung; y no es «expresión», como en la Standard Edition) en el sueño, la segunda instancia adopta su reaseguro, que es el sentimiento penoso. Que alcanzó representación significa que «invistió» restos preconcientes. La «investidura» es actualización y activación de algo en los sistemas psíquicos; si alcanza lo preconciente deviene «representación». Y actualización convoca «virtualidad»; lo virtual, aquí, sería la escena de exhibición. Efectivamente, Freud dice que las impresiones de la primera infancia demandan reproducciones (Reproduktion) y, por tanto, su repetición (Wiederholung) es cumplimiento de deseo. La reproducción, a diferencia del recuerdo (Erinnerung), es de trámite más bien automático (es una repetición, como en «compulsión de repetición», de Más allá del principio de placer).

Hemos asistido entonces, destacando la «contradicción» —vocablo y concepto—, a los pasos de contradanza de las dos fuerzas o poderes enfrentados. Es una lucha dramática, como una gigantomaquia que volviera a figurar los combates del Edipo. Parece que ese término, ahí, sería un brusco afloramiento del estrato significativo subterráneo del texto.

Y no para en esto la eficacia de la contradicción; ella alcanza su figuración última en la sensación de parálisis. «De acuerdo con el propósito inconciente, la exhibición debe continuarse, y de acuerdo con la exigencia de la censura, debe interrumpirse» (GW, 2-3, pág. 251). El propósito inconciente no ceja, quiere continuar la exhibición hasta lo que ella querría ser en verdad.

Si la reacción más común frente a las doctrinas psicoanalíticas es, según Freud nos dice, la de la «contradicción», y si los pacientes suelen «contradecir» al analista cuando este les comunica algo acerca de su inconciente, la convocación más inmediata será siempre la de una lucha de fuerzas. Es preciso, pues, mantener el término aun en contextos donde pudiera parecer forzado.

Lo vemos bien: estamos frente a un texto denso que admite varios horizontes de lectura. He ahí una premisa de nuestra labor. Desde ella podemos definir un poco mejor nuestra diferencia de criterio con la Standard Edition. Ya mencionamos la ironía de Freud. Pues bien: Strachey se sitúa en una misma línea de orientación respecto de Ernest Jones, a quien cita a menudo en sus notas de pie de página. Y Jones, en el último volumen de la Vida y obra de Sigmund Freud, señala el dualismo que recorre el pensamiento freudiano. Ya lo había hecho en el segundo, a raíz de los trabajos de la llamada «Metapsicología». Esto que Jones menciona es un hecho innegable, pero a su juicio debe de haber surgido indirectamente de su complejo de Edipo. Acaso, de preguntársele si era así, Freud habría asentido: hemos visto que el Edipo es, para él, el teatro por excelencia de la contradicción. No obstante, el intento de explicación de Jones parece responder a un extremo reduccionismo: de una característica del pensamiento freudiano pasa a una peculiaridad de su complejo de Edipo. No hay nada mediador, no hay el espesor de una cultura, de una tradición. Queremos decir que Jones, y del mismo modo Strachey, no atienden al nexo entre el texto de Freud y el «texto», por así decir, de la cultura alemana. Pero es el caso que el dualismo de las fuerzas básicas (que puede ser un monismo de la sustancia universal), junto a términos como contradicción, oposición (Gegensatz), contrario (Gegenteil), polaridad (Polarität), poseen una larga tradición y un horizonte significativo propios, de los cuales Freud no habría podido arrancarlos. De esta manera adquiere mayor perfil nuestra exigencia de «literalidad»; esta es «problemática» en cuanto pretende rastrear y destacar problemas en el texto, hayan sido explicitados o no por el autor.

Esa desatención de la Standard Edition no deja de tener consecuencias. Luego del análisis del sueño de desnudez, Freud explica que «muchas personas extrañas» significa «secreto» como «opuesto de deseo» (Wunschgegensatz). Y también en la paranoia, que restituye aquel estado de cosas infantil, se toma en cuenta esa relación de «oposición»: el enfermo se siente observado por gente ajena. En vez de «oposición», la Standard Edition traduce this reversa! into a contrary, expresión que en otros trabajos reserva para Verkehrung ins Gegenteil, trastorno hacia la contraparte o hacia lo contrario, categoría riquísima del análisis freudiano. Acaso Strachey traduce así porque en cierto pasaje de La interpretación de los sueños Freud se refiere al trastorno hacia la contraparte, o parte contraria, que se discierne en sueños donde no se cumple el deseo (Wunsch), sino el «deseo contrario» (Gegenwunsch). Pero cabe suponer que deseo contrario no significa lo mismo que opuesto de deseo, si bien la base de ambos procesos se encuentra en un mismo hecho básico, o supuesto de Freud, a saber, que el alma se compone de polaridades. El deseo contrario parece serlo de la otra instancia en lucha, y el opuesto de deseo sería el deseo primero que recibió la presión de la fuerza contraria, y a raíz de eso fue empujado por un riel que él recorre fácilmente, porque cada cosa se liga así con su opuesta. El opuesto de deseo es el mismo deseo, corrido hacia su opuesto: la fuerza opera sobre una polaridad preexistente, y la polaridad misma no es, como lo sería en el otro caso, expresión de la lucha de las fuerzas polares como tales.

(Esquematizando: un deseo-fuerza A lucha con un deseo-fuerza B, su contrario; uno de los resultados de la lucha puede ser que, bajo la presión de la fuerza enemiga, A se convierta en «opuesto de A», que es su contrafigura dentro de su propio campo. Lo mismo podría ocurrirle a B. Dos fuerzas en lucha, pues, duplicadas cada una en su propio ámbito por las polaridades preexistentes.)

Por vía de atención a ciertos aspectos, o de su omisión, la traducción se inclina hacia matices diversos que imparten un sentido.


El respeto por los textos


Nuevamente extraemos una cita de La interpretación de los sueños: «Un gran vestíbulo — muchos invitados, a quienes nosotros recibimos. — Entre ellos Irma, a quien enseguida llevo aparte como para responder a su carta, y para reprocharle que todavía no acepte la "solución". Le digo: "Si todavía tienes dolores, es realmente por tu exclusiva culpa." — Ella responde: "Si supieses los dolores que tengo ahora en el cuello, el estómago y el vientre, me siento oprimida." — Yo me aterro y la miro. Ella se ve pálida y abotagada; pienso que después de todo he descuidado sin duda algo orgánico. La llevo hasta la ventana y reviso el interior de su garganta. Se muestra un poco renuente, como las mujeres que llevan dentadura postiza. Pienso entre mí que en modo alguno tiene necesidad de ello. Después la boca se abre bien, y hallo a la derecha una gran mancha blanca, y en otras partes veo extrañas formaciones rugosas, que manifiestamente están modeladas como los cornetes nasales... » (GW, 2-3, págs. 111-2).

Es la primera parte del sueño paradigmático sobre Irma, que encabeza los grandes sueños del propio Freud analizados en su libro. A raíz de él haremos algunas puntualizaciones necesarias. Pusimos particular cuidado en los textos de los sueños; contienen más imágenes que relaciones lógicas, lo que explica el carácter despojado de su expresión verbal. Cada frase es, por así decirlo, una unidad de sentimiento. Tanto en López-Ballesteros como en la Standard Edition advertimos cierta tendencia a su reelaboración. Sobre todo la versión inglesa los somete a una suerte de «elaboración secundaria» (en el sentido que da Freud a esta expresión). Lo demuestra una frase decisiva del sueño sobre Irma: «Después, la boca se abre bien...». Es lo literal. La Standard Edition «normaliza» la imagen: She then opened her mouth properly. Lo mismo, López-Ballesteros: «Por fin, abre bien la boca...». Para el pensamiento lógico, desde luego, es Irma la que abre bien la boca. Pero el relato del sueño trascribe en palabras sus imágenes, y la imagen era que la boca se abría. Detalle muy importante para la interpretación de este sueño; reaparece más adelante, en un lugar donde Freud expone las razones por las cuales esos extraños productos del sueño se mantienen en pie, y a modo de ejemplo cita «la boca se abre bien». Ello invalida la corrección introducida por aquellas traducciones.

Además de conservar las expresiones extrañas, es preciso no agregar relaciones lógicas. «Un gran vestíbulo — muchos invitados, a quienes nosotros recibimos». No hay que ceder a la tentación de «redactar», y corresponde respetar en lo posible la distribución del texto en frases, así como su puntuación; es que también ahí está presente el sentido, en el modo de construcción y en el ritmo. Con relación a este problema, el lector advertirá el manejo de los tiempos verbales; ciertas transiciones bruscas del pasado al presente en una misma frase son reflejo del original y responden a una dialéctica de discursos entrecruzados que va más allá de la «buena» sintaxis. En el relato de las «ocurrencias» (Einfälle), el presente de indicativo suele ser la marca de la ocurrencia misma en tanto es vivenciada. Y si se salta al pasado, es Freud quien habla, escindiéndose y reflexionando ahora sobre esa ocurrencia.

Mencionemos un último caso, a manera de ejemplo significativo. Toda vez que Freud, en el análisis de sueños o de enfermos, quiere sugerir la existencia de una identificación del paciente o del sonante con otra persona, produce una confusión en el discurso expresada en el bailoteo ambiguo de los pronombres personales. También aquí el traductor inglés suele dejarse llevar hacia una lógica que no es la del texto, ni la del proceso mismo.

Otros recursos pueden sugerir la identificación. En «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (el caso «Dora»), leemos: «Dora inició la tercera sesión con estas palabras: —"¿Sabe usted, doctor, que hoy es la última vez que vengo aquí?".

—No puedo saberlo, pues usted nada me ha dicho. —"Sí; me propuse aguantar hasta Año Nuevo; pero no quiero esperar más tiempo la curación"» (GW, 5, pág. 268).

Lo que traducimos «aguantar hasta Año Nuevo» se dice en alemán bis Neujahr harte ich es noch aus. El verbo es aushalten. Strachey: I made up my mind to put up with it till the New Year, López-Ballesteros: «Resolví seguir viniendo hasta Año Nuevo, pero ni un día más».

El diálogo prosigue, y surge la mención de una gobernanta a quien Dora no había nombrado hasta entonces, en el curso del tratamiento. La paciente relata el desagradable episodio vivido por esa mujer, y Freud le pregunta: «¿Y por qué no se fue?» (de la casa donde prestaba servicios). Responde Dora: «Dijo que quería esperar todavía un poco para ver si el señor K. cambiaba de proceder. No aguantaba vivir así. Si no veía cambio alguno, daría preaviso y se iría» (GW, 5, pág. 268). «No aguantaba vivir así»: So zu leben, halte sie nicht aus. El mismo verbo que Dora se aplicó a sí misma al comienzo de la sesión. Y la conclusión a que llega Freud es que Dora se identificaba con la gobernanta, identificación que no sólo está expuesta conceptualmente, sino que viene envuelta en el texto mismo, desde la identificación como proceso objetivo y en el discurso de la enferma. Strachey dice She could not bear living like they any more, y López-Ballesteros soslaya la frase.



Apéndice. Las versiones castellanas de Freud

Trazar la historia de las versiones castellanas de Freud no es simple. El doctor Arnoldo Harrington, en el fascículo inicial de su serie «Freud en español», publicado en 1977 (Buenos Aires: Gnosis Ediciones, págs. 15-6), lo ha hecho por primera vez con cierto detalle. En lo que sigue dividiremos esa historia, para mayor claridad, en tres períodos: 1922-43, 1943-56 y 1956-78.

Período 1922-43


Sólo para este primer período no existe posibilidad de confusión: en él, la única versión existente fue la de Luis López-Ballesteros, prologada por José Ortega y Gasset y publicada por Biblioteca Nueva, de Madrid, en 17 volúmenes, entre 1922 y 1934. Fue, pues, casi simultánea a la primera recopilación de los escritos originales, los Gesammelte Schriften (Viena: Internationaler Psychoanalytischer Verlag, 12 vols., 1924-34), privilegio que entre todos los públicos tuvo solamente el hispanohablante. Pero, como apunta Harrington, ni siquiera se sabe siempre con certeza qué textos le sirvieron de fuente; presumiblemente los Schriften, aunque con seguridad no en todos los casos. En cuanto al ordenamiento de los escritos, no seguía el orden temático de los Schriften ni ningún otro.

Período 1943-56

A partir de 1943 la Editorial Americana, de Buenos Aires, emprende el completamiento de la versión, encargando la tarea a Ludovico Rosenthal. El plan consistía en reimprimir los 17 volúmenes existentes y publicar los escritos aún inéditos en cinco volúmenes adicionales; empero, quedó trunco, ya que sólo llegaron a ver la luz los dos primeros volúmenes nuevos (18 y 19).

En 1948, la misma editorial española que publicó la primera edición decidió refundir en dos volúmenes los 17 primitivos; el segundo de estos dos volúmenes incorporó 14 trabajos de Freud traducidos por López-Ballesteros y que no se hallaban incluidos en esa primera edición (aunque sí figuraban, en versión de Rosenthal, en el volumen 18 de Editorial Americana).

En 1951 se publican en la Revista de Psicoanálisis varios artículos breves y cartas inéditas de Freud traducidos por Rosenthal, E. Blum, L. Pfeiffer y otros.

Entretanto, aparecían en Londres las Gesammelte Werke en 18 volúmenes (vols. 1-17, Londres: Imago Publishing Co., 1940-52; vol. 18, Francfort del Meno: S. Fischer Verlag, 1968), la más amplia recopilación hasta entonces de la obra freudiana, y efectuada con un criterio cronológico —no del todo riguroso—.

En 1952, otra editorial argentina, Santiago Rueda, retoma el proyecto de Editorial Americana y esta vez lo consuma con éxito cuatro años más tarde: el traslado del nuevo material estuvo a cargo de Rosenthal, y con justicia pudo este destacar en el «Prólogo del traductor» (vol. 21, pág. 7) que se cumplía «una empresa pocas veces lograda en la historia del libro: publicar la obra de un autor más íntegramente en una traducción que en su propio idioma original. La última parte de este volumen, que comprende todos los escritos omitidos en las ediciones alemanas e inglesas hasta ahora terminadas, así lo atestigua». Rosenthal tomó como fuente principal las Gesammelte Werke, y tuvo a la vista la edición inglesa que por entonces preparaba James Strachey, la célebre Standard Edition en 24 volúmenes (Londres: The Hogarth Press, 1953-74), de los cuales ocho ya habían aparecido para 1955. Sólo cuando esta última estuviere completa —decía Rosenthal— «abdicará la presente edición el singular título que ahora ostenta» (ibid.).

Periodo 1956-78


Rosenthal tradujo también otros escritos breves para la Revista de Psicoanálisis, publicados en 1956 y que no llegaron a ser incluidos en las Obras completas de Santiago Rueda. En 1965, la misma revista hace conocer (sin mención de traductor) las «Notas originales sobre el caso del "Hombre de las Ratas"». Contemporáneamente se editan en forma separada varias obras que abarcan parcialmente la correspondencia de Freud: Epistolario (Madrid:
1963); correspondencia con Oskar Pfister (México: Fondo de Cultura Económica, 1966) y con Lou Andreas-Salomé (México: Siglo XXI, 1968).

En 1967-68, Biblioteca Nueva vuelve a publicar los dos volúmenes de 1948, agregándoles un tercero que reúne la mayoría de los trabajos ya dados a conocer por Rosenthal, y unos pocos más. Figura como traductor de este material Ramón Rey Ardid, si bien del cotejo con la edición de Santiago Rueda (vols. 18-22) se infiere que, en casi todos los casos, la traducción es idéntica a la de Rosenthal. En las palabras de Harrington, este es un hecho «tan insólito como inexplicable, que se repite en las dos ediciones siguientes». Se refiere a las de Biblioteca Nueva de 1972-75 (9 vols.) y 1973 (3 vols.), ediciones que no incluyen ningún material nuevo de Freud pero en cambio traen una importante novedad: por primera vez las escritos han sido ordenadas cronológicamente, ateniéndose con escasas variantes al patrón establecido por la Standard Edition. También se incorporaron algunas notas de James Strachey pertenecientes a esta última.

A partir de 1972, Alianza Editorial, de Madrid, inició la publicación en tomos sueltos de las obras de Freud en formato de bolsillo, utilizando sin cambio alguno la versión de Biblioteca Nueva. No es el caso detallar aquí, naturalmente, reimpresiones clandestinas que ha habido de las obras de Freud, abundantes en los últimos tiempos.

En la edición de Amorrortu editores (única que contiene en su totalidad los comentarios y notas de James Strachey) se consigna, en la «Nota introductoria» que precede a cada trabajo, una nómina de las traducciones en castellano anteriores.  


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