2007

ADVERTENCIA PRELIMINAR DE LA BIBLIOGRAFÍA HISPANO-LATINO CLÁSICA
Marcelino Menéndez Pelayo




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El trabajo que logra hoy hospitalaria acogida en la Revista de archivos, bibliotecas y museos, ha sido para mí grata ocupación de muchos años y descanso de más graves estudios. Antes de salir de las aulas universitarias, en 1873, formé el proyecto de una Biblioteca de Traductores Españoles, ampliando y continuando el meritorio ensayo de D. Juan Antonio Pellicer. Después concebí un plan más vasto, y los traductores vinieron a quedar como una parte, acaso secundaria, de la obra que imaginé con temeridad juvenil. Tal como se presenta al público en esta primera parte consagrada a la literatura latina, comprende la historia de cada uno de los clásicos en España, las vicisitudes de su fortuna entre nosotros, el trabajo de nuestros humanistas sobre cada uno de los textos, las imitaciones y reminiscencias que en nuestra literatura pueden encontrarse. Tarea ciertamente vasta, y en la cual padeceré, sin duda, errores y omisiones, pero que no creo enteramente digna de menosprecio, siquiera por ser la primera tentativa de su género, y porque resume el fruto de muchas y pacientes lecturas, emprendidas sin más fin que el de la instrucción propia, puesto que siempre creí que estas notas habrían de quedarse inéditas. Sea cual fuere el destino que las aguarda, siempre tendrán para mí el recuerdo de las horas gratísimas que pasé leyendo los clásicos latinos y comparándolos con los castellanos o viceversa. A los verdaderos amantes de las letras antiguas, a los que no las cultivan por pedantesco alarde, sino por recreo del espíritu y por necesidad estética y moral, a los humanistas, en suma, cada vez más escasos y más latentes, encomiendo y dedico estas páginas, que sólo para ellos pueden tener algún interés.

Pocas palabras bastarán para dar razón del método que en este Catálogo he seguido. Los nombres de los clásicos latinos van puestos por orden alfabético. En cada autor doy noticia de los códices de sus obras que existen o han existido en España; de las ediciones hechas en España o por españoles, aunque hayan sido estampadas fuera de nuestro suelo; de los comentarios, escolios y trabajos críticos de cualquier género en que hayan intervenido nuestros latinistas; de las traducciones totales o parciales en cualquiera de las lenguas y dialectos peninsulares; y, finalmente, de la influencia que el escritor de quien se trata haya ejercido en la literatura española y del reflejo que de sus obras haya quedado en las de nuestros ingenios.

No todas estas partes van tratadas con la misma amplitud, porque no todas tienen la misma importancia dentro del punto de vista peculiarmente español en que me coloco. La indicación de los códices no es más que un mero apunte, de ningún modo un trabajo paleográfico, que por sí solo puede ser materia de una obra especial, y diversa en todo de la presente. Como la mayor parte de estos códices no han sido escritos en España, sólo me cumple ahora hacer notar el hecho de su presencia en nuestras bibliotecas antiguas y modernas como testimonio de la mayor o menor difusión de los textos clásicos entre nosotros, especialmente en los siglos anteriores a la imprenta. Lo demás incumbe al historiador de la filología clásica en general, no al de las humanidades españolas. Sólo cuando esos manuscritos hayan sido materia de particular estudio para nuestros eruditos, puede decirse que caen de lleno bajo nuestra jurisdicción.

Respecto de las ediciones conviene hacer una distinción. Espero no haber omitido ninguna de las que tienen verdadero valor crítico o algún género de curiosidad bibliográfica, ya se recomienden por su antigüedad, ya por la pureza del texto, ya por importantes notas e ilustraciones, ya, finalmente, por la belleza tipográfica o por la estimación que los aficionados les conceden. Pero no he puesto empeño alguno en catalogar todas las impresiones de surtido, todos los textos escolares de Cicerón, de Horacio o de Virgilio; tarea muy difícil, puesto que gran parte de esos libros se han consumido y destruído por el uso de las clases y por el ningún aprecio que de ellos se ha hecho; y, además, enteramente deslucida, porque tales ediciones no tienen interés más que como documentos pedagógicos; y para esto basta con citar un número razonable de ellas, escogiéndolas de distintos tiempos y procedencias, para que puedan seguirse las vicisitudes de la enseñanza de la gramática latina entre nosotros. Incluyo, por supuesto, en el Catálogo todas las que poseo y todas las que existen en la Biblioteca Nacional; pero aun así presumo que faltarán muchas.

En los comentarios debidos a humanistas españoles advertiré con particular cuidado todo lo que hayan aportado de nuevo, ya a la crítica verbal, es decir, a la recta y depurada lección de los textos, ya a la exegética, es decir, a la interpretación de su sentido, ya, finalmente, a la crítica literaria y arqueológica. Creo que este trabajo no ha de ser inútil para restituir a los nuestros lo que en justicia se les debe, porque se trata de obras que nadie lee, que muchas veces se encuentran perdidas en el fárrago de las ediciones variorum, y cuyos resultados se han ido incorporando en la erudición moderna sin que nadie se acuerde de los primitivos inventores.

En materia de traducciones, no sólo ofrezco amplios extractos cuando se trata de obras inéditas o raras, sino que reproduzco íntegras, para evitar su pérdida, gran número de piezas cortas esparcidas en folletos, periódicos y revistas. De este modo, siguiendo el ejemplo de Gallardo y otros bibliógrafos eminentes, procuro amenizar la aridez de las cédulas, para que de su conjunto resulte una especie de crestomatía.

Igual procedimiento sigo en la sección de imitadores, descendiendo a minuciosas comparaciones, que acaso no han de ser inútiles para la historia de las letras españolas.

Sirve de complemento a toda la obra un Índice biográfico de los editores, traductores, comentadores, etc., mencionados en ella. Al formarle, he sido brevísimo en los artículos de los personajes de alta fama, y cuyas biografías han sido escritas ya con la debida extensión y copia de datos. Sólo añado lo nuevo y lo inédito, limitándome en lo demás a consignar las principales fechas y remitir al lector a las monografías donde puede lograr más cabal conocimiento de la materia. A nada conduciría, por ejemplo, rehacer ahora la biografía del Brocense, de Fr. Luis de León o de D. Francisco de Quevedo.

Tampoco debo insistir mucho en las vidas de otros varones ciertamente insignes (aunque no tan gloriosos y conocidos), pero que sólo figuran en esta bibliografía por haber traducido tal o cual fragmento de un poeta latino. En cambio, consigno todas las noticias que ha podido allegar mi diligencia sobre una porción de humanistas oscuros que, fuera de los trabajos de su profesión, han dejado poco rastro en el mundo, pero que, por lo mismo, deben ser vindicados del olvido en una obra del género de la presente, cumpliendo con ellos la única reparación póstuma que nos es dado tributarles después de tan triste y pertinaz silencio de la crítica.

Quizás se tache de impertinente y extemporánea la publicación de esta obra, en el estado de postración y abatimiento en que yacen entre nosotros los estudios clásicos; pero si alguien la lee y se interesa en su contenido, fácil me será ofrecerle, trabajada por el mismo procedimiento, la Bibliografía greco-hispana, cuyos materiales duermen años hace entre mis papeles.


FUENTE

Bibliografía hispano-latina clásica: códices, ediciones, comentarios, traducciones, estudios críticos, influencia de cada uno de los clásicos latinos en la literatura española por D. Marcelino Menéndez y Pelayo, Madrid, Tipografía de. Vda. e Hijos de M. Tello, 1902.


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